Tuesday 30 July 2013

Cultura Agrícola o Agricultura

 

Otra política agraria es posible y necesaria

 

29 de julio de 2013

Metido el campo en plenas faenas de verano de diferentes producciones, desde las tareas de recolección a los riegos, el sector agrario se ha encontrado al inicio de las vacaciones con tres instrumentos de política agraria que se podrían considerar como piezas claves para dar una vuelta a la misma.

 Desde el sector agrario se han criticado en muchas ocasiones, y casi siempre con razón, los programas de todos los partidos políticos por carecer de imaginación o repetir permanentemente los viejos tópicos en relación con los precios, los mercados y, ahora, los riesgos de la gran distribución para los intereses de agricultores y ganaderos o la propia industria. Hoy, a un lado elecciones y campañas electorales, organizaciones agrarias, cooperativas, Ministerio y comunidades autónomas, tienen ante sí material suficiente para definir qué tipo de política agraria y de mundo rural se quiere con la mirada puesta 2020, en un momento especialmente delicado.

 Tenemos un nuevo escenario donde, progresivamente, se ha impuesto una mayor apertura de fronteras para la entrada de productos desde terceros países, sin o con bajos aranceles. Se impone ser más eficaces y no tirar la casa por la ventana en un buen año de producciones y precios; los costes de producción han pasado de suponer entre el 50/60% de la renta agraria hace pocos años, a significar hoy más del 90%, lo comido por servido; se impone la necesidad de redimensionar las explotaciones; el relevo generacional no ha funcionado; la incorporación de los jóvenes a la actividad agraria no pasa de ser cosa de unos pocos, cuando no se dispone ya de un explotación familiar, al margen de la  agricultura simbólica de los ecorurales y,  yendo más allá, tenemos un mundo rural en proceso de desmantelamiento. Así estamos.

Un primer instrumento, por el que es posible hacer ahora otra política agraria, son las negociaciones a nivel nacional que se han iniciado entre Agricultura, Comunidades Autónomas y organizaciones agrarias para aplicar la reforma. Bruselas ha dejado abiertas muchas puertas, muchos  recursos para que todos esos responsables decidan qué tipo de actividad agraria quieren para el futuro, el tipo de agricultor o ganadero a apoyar, definir quién es ese agricultor activo prioritario a la hora de cobrar los fondos, la actividad o el modelo que se quiera impulsar, el apoyo a la incorporación de los jóvenes para apostar por el medio rural, tanto desde la perspectiva económica, de embarcarse en una actividad rentable, como por la disponibilidad de servicios mínimos de todo tipo en el pueblo sin la sensación de que uno se mete, con su familia, en un  camposanto.

Para lograr ese cambio es importante la distribución que se decida para una parte de eso 50.000 millones de euros de aquí al 2020. Si queremos que se consoliden las trabas para la reordenación de las explotaciones, que los mayores  de 70 años sigan montados en el tractor con sus tierras al hombro para complementar unas pensiones bajo mínimos, si queremos un medio rural fantasma de jubilados donde no se incorporan jóvenes.

Es mucho lo que hay por acordar en eso de la PAC, mucho lo que puede variar de una decisión a otra y mucho el protagonismo y la responsabilidad que se ha dejado en manos del propio sector que ahora, en  lugar de hacer grandes manifiestos, tiene que mojarse y decir de qué parte de la política agraria se halla. Es obvio que, además de todo ello, con unos fondos asegurados para una gran parte del sector agrario hasta 2020, ahora toca pensar en tener las explotaciones más eficientes, eficaces e innovadoras y organizadas del mundo para poner competir en todos los mercados. Y  ahí está, debería estar el papel de la información, el asesoramiento, la innovación, la organización pegada al campo, nuevas estructuras que sustituyan las que se eliminaron hace décadas porque olían al régimen anterior.

En relación con la PAC, es cierto que asegura fondos similares a los del pasado hasta 2020. Pero no se puede obviar que no contempla salidas para quienes no están percibiendo ayudas, que van a seguir sin ellas, aunque sean agricultores activos, simplemente porque en la reforma anterior no se contemplaban otras producciones o circunstancias. En eso, la PAC era y es injusta.

En estas negociaciones entre Ministerio, Comunidades Autónomas y el sector que deben seguir en otoño para, por ejemplo, definir quién se debe considerar como agricultor activo, ya se han logrado los primeros acuerdos de base entre los que se pueden destacar los siguientes:
  • aplicar una PAC estatal y no por comunidades autónomas,
  • no dar primas extra a las primeras hectáreas de una explotación,
  • eliminar los pagos por debajo de los 300 euros para reducir gastos administrativos y ofrecer a esos beneficiarios  una forma asociativa para cobrar todos en común,
  • destinar el 15% del sobre nacional para pagos acoplados fundamentalmente a las explotaciones ganaderas,
  • dividir el país en unas 40 regiones agronómicas donde converjan las ayudas,
  • no transferencia de fondos entre pilares de los pagos  directos al desarrollo rural o a la inversa,
  • destinar el  2% del sobre para apoyo a los jóvenes,
  • no incluir viñedos y frutas sin pago por derechos históricos en los nuevos pagos por superficie,
  • establecer el techo de pagos por beneficiario en 300.000 euros si Bruselas da finalmente esa competencia a los países miembros o asignar derechos sobre superficies de pastos si el beneficiario se halla dado de alta con una explotación ganadera el registro correspondiente, REGA. 

Además de ello, han sido aprobadas en estas fechas dos leyes para el futuro del sector agrario y alimentario si se logra su aplicación con la eficacia. Son dos disposiciones claves, pero con una lectura totalmente opuesta. Una, la Ley de fomento a la integración cooperativa donde el principal responsable de su aplicación es el propio sector agrario. En la otra, la Ley de la cadena alimentaria, el sector es un sujeto pasivo y todo depende del juego limpio que quiera la gran distribución y muchas industrias y hasta dónde quiera dejar llegar los desmanes la propia Administración, especialmente en lo que se refiere a la venta a pérdidas, donde Economía lleva años mirando a otra parte.

En cualquier programa electoral en las últimas décadas nos hemos topado con el compromiso de las siglas de turno para la agrupación cooperativa. En la mayor parte de los casos, ha sido un fracaso y ello se refleja  en que haya solamente una docena de grupos realmente importantes, frente a unas 4.000 cooperativas cuyos gerentes se llegan a  discutir el espacio en un mismo pueblo. No tiene ningún sentido esta estructura, como tampoco el que algunas comunidades autónomas, como Castilla y León, hayan puesto a veces  palos en las ruedas para la integración de una cooperativa en otra más  grande, pero de otra comunidad autónoma. No solo es necesario, sino urgente, parar ese minifundismo cooperativo, potenciar la integración de agricultores y ganaderos en ese tipo de estructuras si el sector quiere ganar en eficacia y eficiencia, tanto para comprar como para vender, mejorar ingresos y rebajar costes de producción. En la actual situación, no hay futuro fuera. Y no es  una decisión  del gobierno, cosa de una Ley, sino algo que debe adoptar el propio sector, los socios y los gerentes de cada pequeña cooperativa con miedo a perder su protagonismo.

En lo que afecta a la Ley de la Cadena Alimentaría, Agricultura ha hecho un esfuerzo para tratar de poner un poco más de orden y equilibrio entre los intereses de todas las partes, productores agrarios, industriales y los grupos de distribución, hoy en una posición de claro dominio. Hay puntos  importantes positivos, como la exigencia obligatoria de los contratos, la regulación de todas las demás condiciones, la posibilidad de las denuncias anónimas,  la actuación de oficio de la Agencia de control y el riesgo de fuertes sanciones. En otros se ha quedado corta. Habrá que esperar por ejemplo, a ver si se vigila y sancionan las ventas a pérdidas que no se regulan en esta Ley, porque dijeron los de Economía que eso ya estaba regulado, aunque nunca se aplicó. Era una exigencia imposible que la nueva Ley señalara que los precios de venta contemplaran, como mínimo, los costes de producción. Pero, lo que no tolera el sector, aunque lo aplaudan muchos consumidores, es que se vendan productos agrarios por debajo de los precios de compra en origen o siempre a la baja, a precios de oferta. Esta política de precios bajos, de apretar siempre al último eslabón de la cadena, la están pagando agricultores y ganaderos poniendo en peligro cultivos y cabañas ganaderas en beneficio de las importaciones hoy baratas, pero que mañana pueden ser muy costosas si eliminamos un tejido productivo y se consolida la dependencia exterior. Porque una explotación agraria, no es como una máquina de hacer tornillos que hoy se para, pero mañana puede volver  funcionar.

Por el futuro del sector, es posible y necesaria otra política agraria.

Vidal Maté

artículo

Reserva Federal ¿quién? ¿cuándo? ¿cómo? ¿dónde?

Yellen vs. Summers

30 de julio de 2013
 
La presidencia del banco central más importante del mundo, la Reserva Federal de EEUU, deberá renovarse al inicio del próximo año. Está prácticamente descartado que su actual inquilino, Ben Bernanke, tras dos periodos en ese cargo prorrogue su mandato. En consecuencia, el sucesor al frente de la Fed tendrá como principal responsabilidad gestionar la retirada de las decisiones excepcionales de estímulos monetarios adoptadas desde el inicio de la crisis. No es un empeño urgente, pero desde luego no será fácil. Más allá de ese tan delicado como singular cometido, deberá gobernar un sistema complejo, constituido por los 12 bancos que integran el sistema federal y más de 18.000 empleados. Además de la política monetaria, el sistema de la Reserva Federal es responsable de la regulación bancaria, aún más tras las nuevas regulaciones adoptadas, y de la gestión del sistema de pagos. Por eso es razonable que desde hace meses, y no solo en la comunidad financiera, se preste atención creciente a ese relevo. No hace falta insistir en que el impacto de cualquier decisión que se adopte en esa institución trasciende los intereses estadounidenses para marcar el paso a los demás bancos centrales y condicionar el comportamiento de la economía global.

A estas alturas son dos los candidatos más destacados: Janet Yellen y Lawrence Summers. Ambos reúnen algunas de las condiciones consideradas tradicionalmente convenientes para una posición tal: respetables académicos, conocimiento de la realidad financiera y dilatada experiencia pública al más alto nivel. Aunque, en realidad, hasta que asuman su función será difícil evaluar la capacidad para abordar propósitos tan sensibles en un momento tan singular como el actual. Las habilidades para la gestión de crisis económicas y financieras como la que se desencadenó en el verano de 2007 no es algo que se adquiera por vías convencionales.

Ambos tienen bien acreditada  la capacidad para entender y evaluar lo que ocurre en la economía. No solo por sus bien ganadas credenciales académicas y como macroeconomistas, sino por sus años de experiencia cercanos a la actividad económica y financiera.

Summers estuvo en el Tesoro con Robert Rubin en la gestión del “tequilazo” durante la presidencia de Clinton y como secretario del Tesoro y presidente del Consejo Económico con Obama. Cuenta, además, con una controvertida experiencia como rector de la Universidad de Harvard.

Yellen es vicepresidenta de la Fed desde hace tres años, y antes fue presidenta del banco correspondiente de San Francisco. A pesar de sus claras preferencias demócratas, ha coexistido muy bien con Ben Bernanke, designado por George W. Bush en 2005.  En realidad, ha constituido el apoyo más importante a la estrategia de estímulo definida por la Fed como respuesta a la crisis. Es considerada una “paloma, claramente partidaria de ese “forward guidance” pionero de la Fed y de los avances en la transparencia con la que ese banco central viene comportándose recientemente. Con ella en la presidencia podríamos tener más seguridad de que no retirarían los estímulos monetarios de forma precipitada y, por tanto, de que confirmaría el compromiso de mantener los tipos de interés en los niveles actuales hasta que la tasa de paro no alcance el 6%. Un compromiso que sigue siendo muy importante: con independencia de la recuperación en que está inmersa esa economía, su afianzamiento está lejos de darse por descontado.

Summers, por su parte, ha mostrado en una conferencia reciente su escepticismo acerca de la virtualidad de las tres ediciones de “Quantitative Easing (QE) aplicados por la Fed. Además, para no pocos votantes y senadores demócratas (20 de ellos acaban de firmar un manifiesto en apoyo de Yellen) se cuestiona su grado de independencia de Wall Street. En la memoria sigue la defensa que junto a Rubin hizo de la desregulación financiera en la época Clinton. Yellen, por su parte, ha dejado clara su posición sobre el reforzamiento de las exigencias de capital de los grandes bancos en la gestión de esta crisis.

El carácter y los estilos de dirección probablemente cuenten en la designación del presidente. Summers tiene una bien ganada reputación de autosuficiente, consciente de su brillantez. Irascible en ocasiones. De Yellen, sin embargo, es alabada su capacidad para deliberar, para encontrar consensos. Es partidaria de la adopción de decisiones en cierta medida colegiadas, como ha demostrado en las sesiones del órgano decisor en política monetaria de la Fed, el Federal Open Market Committee (FOMC). En este órgano, como sus actas han revelado, es raro que se imponga sin más una opinión aislada, por autorizada que ésta sea. En realidad, el presidente es uno más de los siete miembros del Consejo de Gobernadores y los presidentes de los 12 bancos del país, aunque solo cinco de estos últimos tienen voto, dependiendo de los años. Además de estas decisiones de política monetaria, algunas regulatorias también se adoptan colegiadamente por los siete miembros del consejo. 

Los anteriores serán sin duda factores que contarán en la decisión de Obama. Pero también es posible que lo hagan los grupos de presión de todo tipo, desde el propio staff de la Casa Blanca, hasta los partidarios de que se inaugure una fase con una mujer en la institución económica más poderosa del mundo: Yellen podría ser la primera presidenta de la Reserva Federal en sus 100 años de historia. Que su marido, el premio Nobel George Akerlof, haya sido uno de los candidatos de segunda línea, junto a Ferguson, o el anterior secretario del Tesoro Tim Geithner, también puede influir. No hay prisas para la elección, pero cuanto más espere Obama, mayor será el ruido ambiental y la sensibilidad extrema a cualquier movimiento o afirmación de los dos principales candidatos, por banal que en otro contexto pudiera resultar.

Emilio Ontiveros

Un problema que tenemos y de por qué los incapaces que nos mandan

Por qué a los incompetentes les va mejor en el trabajo... y ascienden: se creen los mejores y solo son... mediocres, pero te ganan en ambición.


“El exceso de confianza en uno mismo ayuda a subir en la escala social. Los individuos que se creen mejores que los demás, aunque objetivamente no lo sean, son los que alcanzan un mayor estatus profesional y social”. Esta es la clave que determina la movilidad social, según se plasma en el estudio A Status-Enhancement Account of Overconfidence dirigido por el profesor de la Haas School of Business de Berkeley Cameron Anderson, en colaboración con investigadores del IESE Business School de la Universidad de Navarra. Unas conclusiones que valoran el manejo de los recursos emocionales propios y la imagen que cada uno se autoconstruye por encima de la procedencia social, relativizando así el hermetismo de la herencia de clase. 

Este exceso de confianza (irreal) estaría motivado, según Anderson, por el propio atractivo del ascenso social, ya que así se conseguiría más fácilmente el respeto y consideración de los demás, a parte de la influencia sobre ellos en los que se basa el estatus. Los investigadores ponen como ejemplo su propio ámbito de trabajo: “El 94% de los profesores universitarios se creen más talentosos que sus compañeros, lo que estadísticamente es imposible”, pero con esta actitud consiguen, como se ha demostrado en los grupos de discusión, una mayor atención, prestigio y admiración que, a la larga, acaba posicionando a estas personas en un nivel profesional alto.

Los investigadores partieron de la base de que la sobreconfianza puede ser perjudicial y acarrea ciertos riesgos. Sin embargo, concluyeron que se gana más de lo que se pierde. “Los resultados del estudio explican por qué el exceso de seguridad en uno mismo es tan común, y es que proporciona grandes beneficios sociales para el individuo que tiene esta falsa creencia”, apunta Anderson.

Liderazgo e inteligencia

Esta nueva aportación a las teorías de la movilidad social serviría también para explicar el hecho de que no siempre ascienden en el trabajo o en la escala social las personas más competentes, sino las que mejor saben venderse. Una explicación extensiva a cualquier tipo de organización, sobre todo en los partidos políticos, donde sus miembros son más susceptibles a dejarse llevar por las figuras con más reputación y reconocimiento, aunque sea racionalmente injustificado.Creer excesivamente en uno mismo es más beneficioso que perjudical

En uno de los experimentos del estudio, los investigadores conformaron un grupo de 242 estudiantes de MBA a los que se les entregó una lista de personajes históricos, entre ellos algunos inventados o muy poco conocidos, para que los identificasen. Una vez recogidos los resultados, se dio la situación de que los alumnos que aseguraron haber reconocido a todos los personajes, intentando demostrar falsamente que tenían más conocimientos que los demás, fueron también los que lograron mayor prestigio por parte del resto del grupo. La mayoría de los participantes no identificaron el exceso de ego en sus compañeros y simplemente asociaron sus resultados a sus supuestas capacidades.

Nos engañan y nos dejamos engañar

El simple engaño no es suficiente para ganarse la confianza de los demás. Según se desprende del estudio, este tipo de individuos cuentan con unas desarrolladas habilidades sociales y saben manejar perfectamente la retórica, el lenguaje corporal y otros recursos para ganarse al resto del grupo. Como se reveló en los grupos de discusión, los líderes coparon más minutos hablando que los demás, se explicaron en todo momento con total seguridad y fueron más convincentes que el resto de compañeros cuyos currículos y conocimientos eran mayores.

Lo más curioso para Anderson es que estas personas se ganaron la simpatía del resto del grupo a pesar de la prepotencia de la que se les podría acusar. Sin embargo, “su comportamiento fue muy sutil, sintiéndose cómodos y haciendo sentir lo mismo a los demás, en su tarea de convencer sobre sus altas competencias, a pesar no tenerlas siempre”.


Sunday 28 July 2013

¿Te lo había contado?


La responsabilidad de los poderosos, 

Gabriel Tortella, 

El País


LA CUARTA PÁGINA

Alemania está dando muestras hoy de una miopía económica y financiera sólo comparable con la de Estados Unidos hace noventa años, cuando sus errores contribuyeron decisivamente a la Gran Depresión

Se ha comparado con frecuencia la presente e interminable crisis con la Gran Depresión del pasado siglo. El contraste, al arrojar luz la experiencia del pasado sobre el presente, nos puede ayudar a encontrar modos de salir de la crisis o, por lo menos, de acortarla.

Uno de los aspectos que quizá no se ha recalcado lo bastante es la enorme responsabilidad que recayó en los Estados Unidos de América por la Gran Depresión. No es solo que el derrumbe de la Bolsa de Nueva York fuera el detonante de la depresión, ni que, como tanto se dijo entonces, “cuando Estados Unidos se resfría, el mundo entero contrae una pulmonía”, ni que el reflejo proteccionista del Arancel Hawley-Smoot de 1929 contribuyera al desplome del comercio mundial y a la subsiguiente guerra de tarifas. Es que el aislacionismo norteamericano tras la I Guerra Mundial fue tan intenso e irresponsable que contribuyó poderosamente a entorpecer la recuperación posbélica y a exacerbar las tensiones económicas y políticas en Europa. Por ello, el hundimiento de Wall Street fue seguido por una serie de derrumbes económicos y explosiones políticas que, como una traca infernal, provocaron el estallido de la II Guerra Mundial.

Al concluir la anterior Guerra Mundial Estados Unidos emergió como la gran potencia hegemónica, por haber quedado dañadas y empobrecidas Inglaterra, Alemania y Francia. Los grandes países europeos, además de destrozados por la guerra, quedaron endeudados con Estados Unidos, y Alemania en especial, por la exigencia que el tratado de paz de Versalles le impuso de pagar cuantiosas reparaciones, de carácter más punitivo que equitativo. Inglaterra y Francia se habían endeudado con América para hacer frente a sus gastos bélicos. Se creó así una maraña de deudas por la cual, a fin de cuentas, todos debían enormes cantidades a Estados Unidos, que además era el país que acumulaba, con gran diferencia, las mayores reservas de oro. Estaba así en las manos de Estados Unidos contribuir a equilibrar la situación internacional ayudando a una empobrecida Europa a salir del agujero en que la guerra la había sumido. Sin embargo, Estados Unidos hizo una política miope, sin asumir las responsabilidades que por su enorme poder le incumbían. Ya fue un mal presagio cuando el Senado norteamericano se negó a adherirse a la Sociedad de Naciones que su propio presidente, Woodrow Wilson, había patrocinado. Peor fue cuando otro presidente estadounidense, Calvin Coolidge, se negó a rebajar deudas diciendo: “Ellos se endeudaron ¿no?”. Pero quizá lo más grave fue que, con verdadera avaricia, la Reserva Federal “esterilizó” su oro, es decir, se negó a practicar la política expansiva que hubiera correspondido a un país con sus enormes reservas áureas. Ello hubiera aumentado las importaciones, con lo que hubiera dado un respiro a los países europeos, sumidos en el marasmo por tratar de mantener la disciplina del patrón oro, reconstruir sus economías, y pagar las deudas a Estados Unidos sin apenas poder exportar a este país. Todo esto contribuyó a difundir y agravar la Gran Depresión.

La situación de la Europa de hoy tiene interesantes paralelos con la del mundo occidental de entonces. Hoy es Alemania el país hegemónico, cuando entonces era el PIG por excelencia: perdedor, deudor, y culpable de haber iniciado la guerra. Hoy los PIG somos los países del sur de Europa por haber gastado lo que no teníamos y habernos endeudado con Alemania. Entonces el sistema monetario estaba sometido a las rígidas reglas del patrón oro: en la Europa del hoy estamos sujetos a las reglas aún más rígidas del euro. Las reglas del patrón oro impedían a los países europeos poner en práctica una política expansiva porque sus reservas eran muy escasas: a pesar de todo, casi todos tuvieron déficits presupuestarios, aunque sus cuantías eran de risa comparadas con los déficits de hoy. El único país que hubiera podido practicar una política expansiva era Estados Unidos, como hemos visto, pero su mezquindad se lo impidió. No olvidemos que Franklin Roosevelt, el héroe del NewDeal, acusó a su contrincante Herbert Hoover en la campaña electoral de 1932 de haber tenido déficit presupuestario. Además de mezquino, Estados Unidos pecaba de arrogante, impartiendo lecciones de austeridad y moralidad a los desvalidos europeos. ¿Les recuerda esta actitud la de algún país en la Europa de hoy? A mí también. Pero es cierto que América aprendió la lección y, tras la II Guerra Mundial, se rehabilitó gracias al Plan Marshall; y es el ejemplo del secretario de Estado George Marshall y del presidente Harry Truman el que habría que tomar hoy por guía, no el de Calvin Coolidge.


Hoy son las reglas monetarias de Eurolandia las que impiden a los países del sur practicar una política expansiva. En mi opinión, esto es correcto si queremos permanecer en el euro y que Este perviva. Sin embargo, los países del norte, y en especial Alemania, sí tienen margen de maniobra para practicar una política expansiva que estimularía a los del sur: la cotización del euro está muy por encima de su paridad teórica, Alemania tiene una posición financiera saneada, y su crecimiento, en cambio, es raquítico. Sin embargo, el país teutón está dando muestras de una miopía político-económica solo comparable con la de Estados Unidos hace 90 años. Su conducta ante la crisis griega, pensando más en los bancos alemanes que en los intereses de la eurozona; su reciente comportamiento ante la crisis chipriota, patrocinando una cicatería ridícula dadas las modestas dimensiones de la economía chipriota, lo que abocó al Gobierno de la isla a tomar decisiones desesperadas y disparatadas, como intentar penalizar a los depositantes modestos a pesar de estar legalmente protegidos; todos estos son ejemplos de estrechez y miopía que ponen en peligro el euro.

Dicen que Angela Merkel, en sus años de estudiante, tardaba eternidades en decidirse a saltar del trampolín a la piscina. Si esto es cierto (y se non è vero è ben trovato), ahora comprendo lo que ocurre con la unión fiscal y la unión bancaria europeas, dos medidas indispensables para la consolidación del euro, de las que se habla hace ya años, pero cuya puesta en práctica se eterniza. La unión bancaria aglutinaría los sistemas bancarios de los miembros de la Unión en un sistema bancario europeo, con una única supervisión, y con un único Fondo de Garantía. Esto parece indispensable existiendo una moneda única y un Banco Central Europeo. Pues bien, el proyecto está empantanado, especialmente por las dudas de los alemanes, que a lo mejor temen que se contaminen sus bancos si se rozan demasiado con los meridionales.

Algo parecido, aunque peor, ocurre con la unión fiscal, es decir, la creación de una especie de super-Ministerio de Hacienda europeo que supervisara las políticas presupuestarias de los Estados miembros con mayor rigor y regularidad que hasta ahora hace la Comisión. Un organismo así hubiera impedido derroches y déficits como los que practicaron los países del sur durante la burbuja de principios de siglo. Pero falta decisión para presionar a los Estados a delegar su soberanía fiscal. Ambas uniones, la bancaria y la fiscal, reforzarían tremendamente la economía de la Unión y fortalecerían el euro de tal modo que dejarían un gran espacio para políticas más expansivas que, entre otras cosas, permitieran combatir eficazmente la lacra del paro.

¡Ánimo, señora Merkel! No sigamos cayendo en los errores de Estados Unidos hace 90 años, que tanto daño hicieron a Europa y, sobre todo, a Alemania. Los poderosos tienen mayores responsabilidades que los humildes, y estas recaen hoy sobre Alemania. No espere a las elecciones. Hay que mojarse, señora Merkel; la piscina está esperando.

Gabriel Tortella es profesor emérito de Historia Económica en la Universidad de Alcalá.

Elemental querido krug-super-man...


 

Detroit, la nueva Grecia, 

Paul Krugman, 

Negocios de El País


Cuando Detroit se declaró en quiebra, o al menos lo intentó (la situación legal se ha complicado), sé que no fui el único economista que tuvo un mal presentimiento sobre el probable impacto que tendría en nuestra retórica política. ¿Iba a ser lo de Grecia otra vez?

Está claro que a algunos les gustaría que eso ocurriera. Así que dirijamos esta conversación por buen camino antes de que sea demasiado tarde.

Vale, ¿de qué estoy hablando? Como posiblemente recordarán, hace unos años Grecia se hundió en una crisis fiscal. Esto era malo, pero las consecuencias para el resto del mundo deberían haber sido limitadas; al fin y al cabo, la economía griega es bastante pequeña (de hecho, representa alrededor de 1,5 veces la economía del Detroit metropolitano). Por desgracia, muchos políticos aprovecharon la crisis griega para adueñarse del debate y cambiaron el tema de la creación de empleo por el de la rectitud fiscal.

Pero lo cierto es que Grecia era un caso muy especial del que se podían extraer pocas o ninguna lección para la política económica más en general, e incluso en Grecia los déficits presupuestarios eran solo una parte del problema. No obstante, durante un tiempo, el discurso político en todo el mundo occidental estuvo totalmente “helenizado”: todo el mundo era Grecia o estaba a punto de convertirse en ella. Y este mal giro intelectual socavó enormemente las posibilidades de recuperación económica.

Así que ahora los cascarrabias del déficit tienen un nuevo caso que malinterpretar. Da igual que la pronosticada crisis fiscal de Estados Unidos no se materialice, o la fuerte caída en las previsiones sobre los niveles de deuda estadounidenses, o que muchos de los estudios que utilizaban los cascarrabias para justificar sus sermones hayan sido refutados; ¡obsesionémonos con los presupuestos municipales y las obligaciones de las pensiones públicas!

O mejor no.

¿Constituyen las desdichas de Detroit los primeros estadios de una crisis nacional de las pensiones públicas? No. Desde luego, las pensiones estatales y locales están insuficientemente financiadas y expertos del Boston College cifran el déficit total en un billón de dólares. Pero muchos Gobiernos están adoptando medidas para solucionar ese déficit. Estas medidas siguen sin ser suficientes; los cálculos del Boston College indican que las aportaciones totales a las pensiones este año serán unos 25.000 millones de dólares menos de lo que deberían. Pero en una economía de 16 billones de dólares, eso no es gran cosa, y aunque nos pongamos en el peor de los supuestos, en las suposiciones más pesimistas, como nos dicen que deberíamos hacer algunos, aunque no todos, los contables, sigue sin ser gran cosa.

Entonces, ¿ha sido Detroit particularmente irresponsable? Una vez más, no. Detroit parece haber tenido un sistema de gobierno especialmente malo, pero, fundamentalmente, la ciudad solo ha sido una víctima inocente de las fuerzas del mercado.

¿Qué? ¿Las fuerzas del mercado se cobran víctimas? Por supuesto que sí. A fin de cuentas, a los entusiastas del mercado libre les encanta citar a Joseph Schumpeter, que hablaba de la inevitabilidad de la “destrucción creativa”, pero ellos y su público invariablemente se describen siempre como destructores creativos, no como los creativamente destruidos. Pues adivinen: alguien siempre acaba siendo el equivalente moderno de un productor de látigos de carruaje, y ese podría ser usted.

A veces, los perdedores del cambio económico son individuos cuyas aptitudes se han vuelto superfluas; a veces son empresas que prestan servicio a un sector del mercado que ya no existe, y a veces son ciudades enteras que pierden su lugar en el ecosistema económico. El declive es una realidad.

Es verdad que en el caso de Detroit, la disfunción política y social parece haber empeorado las cosas. Una consecuencia de esta disfunción ha sido un caso grave de “dispersión laboral” en la zona metropolitana; los empleos abandonaron el núcleo urbano aun cuando el empleo en el área metropolitana de Detroit seguía creciendo, y aun cuando otras ciudades estaban viviendo una especie de renacer de los centros urbanos. Menos de una cuarta parte de los trabajos que se ofertan en la zona metropolitana de Detroit se encuentran a menos de 20 kilómetros del céntrico barrio tradicional de negocios; en el centro de Pittsburgh, otro ex gigante industrial cuyos días de gloria son cosa del pasado, la cifra supera el 50%. Y la relativa vitalidad del centro de Pittsburgh podría explicar por qué la que fuera capital del acero da muestras de un renacer, mientras que Detroit no para de hundirse.

Por tanto, mantengamos desde ya un debate serio sobre la mejor manera en que las ciudades pueden gestionar la transición cuando sus fuentes tradicionales de ventaja competitiva desaparecen. Y mantengamos también un debate serio sobre nuestras obligaciones como país con aquellos conciudadanos que han tenido la mala suerte de encontrarse viviendo y trabajando en el lugar equivocado en el momento equivocado, porque, como decía, el declive es una realidad, y algunas economías regionales acabarán contrayéndose, tal vez de manera drástica, hagamos lo que hagamos.

Lo importante es no permitir que el debate sea secuestrado, como ocurrió con Grecia. Hay gente influyente a la que le gustaría que creyeran que la defunción de Detroit es básicamente una historia de irresponsabilidad fiscal o de empleados públicos avariciosos. No lo es. En buena parte es solo una de esas cosas que suceden de vez en cuando en una economía siempre cambiante.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.
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Saturday 27 July 2013

No me lo puedo creer... A Alemania también le timan: el mal es endémico



Desmitificando la Banca alemana.


No existe plena conciencia en España de lo que ha estado ocurriendo en Alemania con sus Bancos, los cuales se presentan frecuentemente en los medios españoles como modélicos, además de fuertes y sólidos. La gran centralidad de la Banca alemana en el sistema financiero europeo se atribuye (erróneamente) a su fortaleza. El hecho de que un empresario español tenga que pagar unos intereses más elevados que un empresario alemán para conseguir un préstamo de su Banca se atribuye (también erróneamente) a que el banco alemán es más eficiente, más sólido y más solvente que el Banco español.

En realidad, la Banca alemana estuvo a punto de colapsarse. Y fueron el Banco Central estadounidense (el Federal Reserve Board, FRB) y el Estado alemán los que la salvaron. Veamos los datos (poco conocidos en España) extraídos en gran parte de la serie de artículos y entrevistas del mejor analista alemán de la banca, el señor Harald Schumann, en Der Tagesspiegel (ver entrevista en ‘La Vanguardia’, por Rafael Poch, 27.04.13, así como el excelente libro por este autor titulado ‘La quinta Alemania’, Icaria, 2013), y del informe del Senado de EEUU sobre la ayuda del FRB a la Banca (extraigo los datos de tales documentos). El hecho de que el motor de la economía alemana sea su sector exportador explica que Alemania y su sistema financiero estén por todas partes. Y, como no, el capital financiero estaba sumergido profundamente en la compañía aseguradora estadounidense AIG. Del capital financiero alemán, el banco más metido en AIG era el Deutsche Bank, situación de la que, por cierto, el gobierno y Estado alemanes no tenían ni idea, como muestra el hecho de que el Ministro de Finanzas del gobierno alemán, el Sr. Peer Steinbrück (hoy candidato socialdemócrata a la presidencia de aquel país) indicara que el colapso financiero estadounidense no afectaría al sistema financiero alemán como consecuencia de su fortaleza. A las pocas semanas, este señor tuvo que cambiar de opinión. Si no hubiera sido por la ayuda del FRB al AIG y al Deutsche Bank, este Banco habría desaparecido. En realidad, el colapso del sistema bancario creó una situación caótica en la banca alemana que originó una ayuda masiva del FRB y del Estado alemán a la Banca alemana.

El Estado alemán dio (así de claro, dio) 100.000 millones de euros al Hypo Real Estate (HRE) bajo el famoso argumento de que había que salvar a la Banca por todos los medios, ya que la Banca era la sangre del cuerpo. Las transfusiones sanguíneas fueron masivas. Por cierto, gran parte de esta transfusión fue a la Banca alemana, que había invertido más de 200.000 millones de euros en España y, muy en especial, en las actividades especulativas del sector inmobiliario. Estas inversiones fueron el origen del establecimiento de la burbuja inmobiliaria en España.

Cuando la Banca alemana se paralizó, la transferencia de fondos de la banca alemana a la española se paralizó también, lo cual provocó el estallido de la burbuja inmobiliaria española, creando, a su vez, la crisis bancaria española. El hecho de que la crisis fuese incluso más profunda en España que en Alemania (la cual se benefició de las transferencias del FRB, más de 12.000 millones en el caso del Deutsche Bank) explica la diferencia entre tipos de interés, que perjudica al empresario y a las familias españolas. Si Alemania hubiera tenido que pagar los mismos intereses que pagaba antes de la crisis, se habría gastado 80.000 millones de euros más de los que se ha gastado. Todo un chollo. Y para complicarlo más, la Banca alemana está exigiendo que la Banca española le devuelva los mencionados 200.000 millones, forzando que se “rescate” a los bancos españoles, lo cual es, en realidad, el rescate a la Banca alemana. Así de claro.

Vincenç Navarro

Friday 19 July 2013

Pasmao cuando leo lo que leo


No queremos una 'Europa alemana'

La UE no está concebida para que uno lidere y los demás le sigan, pero se están imponiendo esteorotipos nacionales contra los que hay que luchar y seguir trabajando por un continente fuerte y competitivo

¿Cuál es la situación actual en Europa? Han pasado tres años desde que se iniciase el primer programa de ayudas a Grecia y cerca de tres meses desde que se aprobase el de Chipre. Y el panorama es heterogéneo. Por un lado, el positivo, los países en crisis de la eurozona muestran signos alentadores. Se están llevando a cabo reformas en los mercados laborales y en los regímenes de seguridad social, así como modernizando las Administraciones y los sistemas jurídicos y fiscales, lo cual ya está dando resultado: la competitividad está aumentando, los desequilibrios económicos se están reduciendo (con una Alemania más rica, con un Norte más rico, ellos crecen. El Sur se ahoga con un paro desbordado, atonía económico-financiera, recesión, paro, incertidumbre) y se está recuperando la confianza de los inversores.

Las mejoras institucionales realizadas en Europa han incrementado nuestra probabilidad de economizar considerablemente en el futuro (¿?). Ahora disponemos de normativas más vinculantes, frenos a la deuda nacional y un potente mecanismo de resolución de crisis que permite ganar tiempo para hacer reformas (¿?). Lo siguiente será crear una unión bancaria que reduzca aún más los riesgos tanto para el sector financiero como para los contribuyentes. El objetivo de nuestra regulación del mercado financiero es que la responsabilidad por las pérdidas recaiga en aquellos que previamente han tomado las arriesgadas decisiones de inversión (¿ayuda?). De este modo, oportunidad y riesgo volverán a ir de la mano.

Sin embargo, hay otro lado, el lado negativo: una gran incertidumbre entre nuestra población, una juventud que en algunas regiones de Europa ve actualmente pocas oportunidades y personas que pierden su trabajo porque la economía de su país se encuentra en época de transición. Todo ello, acompañado de un debate sobre la crisis a menudo caracterizado, lamentablemente, por las recriminaciones recíprocas y la arrogancia mutua y en el que los estereotipos y prejuicios nacionales que se creían superados hace tiempo vuelven a mostrar su peor cara (¡quien lo dijo!).

A esto se suman las contradicciones a la hora de valorar la política real: por ejemplo, desde el exterior se solicita a Alemania que relaje su política de austeridad supuestamente draconiana; no obstante, en la propia Alemania se acusa al Gobierno de no ahorrar o de ahorrar demasiado poco (esto dice bien poco del conocimiento que tienen en lo que en Alemania del resto de Europa y de sus problemas). La verdad se encuentra en el centro por una buena razón: nos afianzamos de forma adecuada, nos ganamos la confianza y con ello preparamos el terreno para un crecimiento sostenido en Alemania y en Europa ("todos calvos").


Las reformas que se están acometiendo no surten efecto de la noche a la mañana

La idea de que alguien debe (o puede) liderar en Europa es errónea. Y la reticencia alemana no tiene solo que ver con la culpabilidad histórica que arrastra su pueblo. Se debe a que la extraordinaria entidad política llamada Europa no está concebida para que uno lidere y los demás le sigan. Europa significa la coexistencia en igualdad de derechos de sus Estados. Pero, al mismo tiempo, Alemania siente que tiene una responsabilidad especial con respecto al camino tomado de mutuo acuerdo para resolver la crisis de la zona euro. Asumimos esta responsabilidad de liderazgo con la colaboración, especialmente, de nuestros amigos franceses (Hollande cada vez más lejos de Berlín). Al igual que el resto de grandes y pequeños países de la eurozona, somos conscientes de lo importante que es una estrecha colaboración para resolver la crisis.
Desde el comienzo de esta, los europeos hemos trazado juntos un camino que no solo tiene como objetivo la consolidación fiscal tardía, sino, ante todo, la superación de los desequilibrios económicos mediante el fortalecimiento de la competitividad de todos los países miembros de la eurozona. Es por ello que los programas de ajuste para los países afectados prevén reformas estructurales básicas cuyo único objetivo es volver a la senda del crecimiento sostenido y, con ello, alcanzar un bienestar duradero para todos. Unas finanzas públicas sólidas fomentan la confianza, por lo que son algo totalmente necesario, aunque por sí solo insuficiente para lograr un crecimiento sostenido. A esto deben añadirse la reforma y modernización de nuestros mercados laborales y regímenes de seguridad social, así como de las Administraciones y los sistemas jurídicos y fiscales, con el fin de que Europa vuelva a ser una región altamente competitiva que crezca de forma equilibrada. Se trata de crear unas condiciones laborales y de vida para los ciudadanos europeos que no estén basadas en una burbuja de crecimiento artificial, como ha sucedido otras veces en el pasado, sino en un crecimiento sostenido.

Ahora bien, estas reformas no surten efecto de la noche a la mañana. Nadie lo sabe mejor que los alemanes. Ha sido necesario un tiempo doloroso para que Alemania pasase de ser el hombre enfermo que era hace 10 años al actual motor de crecimiento y anclaje de estabilidad de Europa. Nosotros mismos tuvimos una altísima tasa de desempleo durante mucho tiempo después de iniciar las por aquel entonces urgentes y necesarias reformas. Pero sin estas no puede haber crecimiento sostenido. Los programas de recuperación económica basados en la creación de nueva deuda pública solo aumentan la carga para nuestros hijos y nietos sin producir un efecto a largo plazo (USA y Japón llegan a los tataranietos).

Para crear nuevos puestos de trabajo en Europa hacen falta empresas que ofrezcan productos innovadores, atractivos y, por ende, demandados por los mercados. Y las empresas europeas únicamente podrán ofrecer estos productos si el Estado les proporciona el marco necesario para tener éxito en un mundo cada vez más globalizado. Esto no solo es aplicable a las empresas alemanas, sino también a las francesas, británicas, polacas, italianas, españolas, portuguesas o griegas.


Berlín quiere ponerse al servicio de la recuperación económica de la Unión Europea (pues que lancen los eurobonos hasta 50 años como el resto de áreas económicas con las que competimos)

Por tanto, es absurdo pensar que los alemanes quieren desempeñar un papel especial en Europa. No, no queremos una Europa alemana. No exigimos a los demás que vivan como nosotros (de ahí hasta el cambio horario). Este reproche no tiene sentido, como tampoco lo tienen los estereotipos nacionales subyacentes. Los alemanes, ¿capitalistas tristes de ética protestante? En Alemania, las regiones económicas con éxito son católicas. Los italianos, ¿sólo dolce far niente? No solo las regiones industriales del norte de Italia se sentirían ofendidas. Todo el norte de Europa, ¿centrado en el mercado? Los Estados de bienestar del norte, caracterizados por la solidaridad y la redistribución, no encajan en esta caricatura. Los adeptos a los estereotipos deberían prestar atención a las encuestas según las cuales una clara mayoría de ciudadanos, no solo del norte, sino también del sur de Europa, abogan por reformas y por la reducción de la deuda y del gasto público para superar la crisis (¡racionalización sí; austericidio no!).

¿Una Europa alemana? Ni los propios alemanes tolerarían algo semejante. Los alemanes más bien queremos ponernos al servicio de la recuperación económica de la Comunidad Europea, sin que eso signifique debilitarnos nosotros mismos, pues eso no beneficiaría a nadie en Europa. Queremos una Europa fuerte y competitiva, una Europa en la que desarrollemos nuestra actividad económica de forma razonable y en la que no acumulemos más deuda. Se trata de establecer unas condiciones adecuadas para poder desarrollar nuestra actividad económica en el marco de la competencia mundial y hacer frente a la evolución demográfica que desafía a toda Europa. No son ideas alemanas, sino políticas necesarias para asegurar nuestro futuro. Existe consenso europeo en cuanto a las políticas de reforma y la consolidación para aumentar el crecimiento, porque estas se basan en decisiones unánimes (más bien obligadas) de los Estados miembros.

La confianza de los inversores, las empresas y los consumidores, y con ello el crecimiento sostenido, solo pueden lograrse mediante una sólida política presupuestaria y unas buenas condiciones económicas. Todos los estudios internacionales así lo confirman (menos la Abenomía), de igual modo que el BCE, la Comisión Europea, la OCDE y el FMI, encabezados, dicho sea de paso, por un italiano, un portugués, un mexicano y una francesa respectivamente (marionetas en la cuerda).

Y los Gobiernos europeos también actúan siguiendo estas líneas. El modo en que los países europeos con problemas están reformando sus mercados laborales y regímenes de seguridad social, modernizando sus Administraciones y sistemas jurídicos y fiscales, y consolidando sus presupuestos merece nuestro máximo reconocimiento y todo nuestro respeto (te repites, te repites Wolf, ver párrafos anteriores). Nuestra recompensa será convertirnos en una Europa fuerte y competitiva.

Wolfgang Schäuble es ministro de Finanzas de Alemania.

Manda güevos... ¡Viva Honduras!
Al alba, y con tiempo duro de levante, con fuerte levante, salieron cinco helicópteros que llegaron a la Isla de Perejil... el perejil de todas las salsas.


Thursday 11 July 2013

Otra acepción: Pirata


La habilidad del filibustero



Filibusterismo. Dícese de la técnica de obstruccionismo parlamentario que emplea largos discursos, aunque sean inanes, para bloquear durante un período de tiempo una ley o una moción. Hay también filibusterismos gubernativos, como el de dar largas a quien reclama cambios alegando, con razón o sin ella, que la Constitución los impide. Y existe una versión europea de esta técnica, que consiste en asegurar que es imposible adoptar una medida porque el Tratado la impide, no la autoriza, o no la contempla.
Desde el inicio de la crisis se ha usado este argumento para distintos fines. Para intentar impedir los rescates a los países en bancarrota; para arbitrar un “compacto fiscal” que atornillase la política de austeridad; para boicotear la compra de bonos de los Tesoros periféricos por parte del BCE... En un caso se firmó un nuevo tratado (el Tratado fiscal), por fuera pero conectado al de la Unión; en otros se han usado mecanismos esotéricos como los “special purpose vehicles” (para los Fondos de rescate); y en alguno los promotores del boicoteo (el Bundesbank contra el BCE) han perdido la partida. Al menos de momento.
El Tratado “no basta para anclar en la ley de manera indefectible una autoridad fuerte de resolución [liquidación] bancaria”, proclamaba hace dos meses el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble (FT, 12 de mayo). “Es muy importante que Francia y Alemania hayan acordado un calendario y mecanismos sin que sea necesario cambiar los Tratados”, aseguraba poco después el presidente francés François Hollande, tras su cumbre con la canciller Angela Merkel, el 30 de mayo.
Pese a ello, todo el mes de junio fue un no vivir con el temor de que los alemanes aplazasen la unión bancaria. Al final, la cumbre de los días 27 y 28 bendecía los criterios (el orden de los paganos) para la reflotación de bancos y un fondo de recapitalización directa de hasta 60.000 millones, todo ello para las entidades salvables; así como el esquema común de los fondos de “resolución” [o sea, liquidación] nacionales, para las imposibles. No se había perdido el tiempo.
Los obstáculos jurídicos de Berlín a la unión bancaria esconden su creciente desconfianza en Bruselas
Ahora se ha empezado a poner hilo en la aguja de la gran cuestión pendiente: ¿quién mandará en el fondo de “resolución” común, que estará por encima de los de los Estados miembros? Schäuble volvió a la carga, instando a la Comisión a “que se atenga de forma muy cuidadosa a los límites del Tratado”. En realidad, con esta ya conocida chicuelina o advertencia o amenaza jurídica no reniega del fondo común, sino que pretende hurtar su control a la institución comunitaria y residenciarlo en una instancia intergubernamental, en la que mandaría el derecho de veto.
Pero esta vez Berlín no puede enarbolar ningún artículo que aparentemente prohíba la operación, como si lo tenía para oponerse a los rescates (aunque sesgadamente: usaba el 123 y olvidaba el 122). Todo lo más puede apuntar a que la base jurídica para la armonización del mercado interior es débil, o poco específica para este caso. Una alegación de menor cuantía, dada la (aunque limitada) vis expansiva del derecho comunitario, es decir, su capacidad de rellenar huecos.
Ocurre , en el fondo, que Berlín desconfía de que Bruselas pueda tomar la decisión última sobre la liquidación de un banco, más si puede jugarse algún dinero propio, pese a todas las cautelas prometidas por el comisario Michel Barnier garantizando una cierta voluntariedad.
Y es que llueve sobre mojado. La historia de las tensiones Alemania-Comisión es tan larga como la de sus complicidades. La hubo en asuntos de Competencia, cuando Bruselas le apretaba las tuercas (la España de los astilleros no inventa nada) y la hay por las advertencias macroeconómicas anuales, que siempre incomodan al examinando: “Es una monada de recomendación”, se mofó Schäuble el pasado 2 de junio.
Pero otras fuerzas no quieren dejar a los Gobiernos la última palabra, sino a Bruselas. Porque la liquidación de bancos “implica una autoridad con un alto grado de centralización”, dada la delicada naturaleza de sus decisiones, que deben ser rápidas, y el sistema dual actual “ha producido considerables retrasos”.
Porque “un sistema en el que la supervisión está centralizada [en el BCE] y la resolución (liquidación) no lo está --residiría en las autoridades nacionales-- puede perjudicar a la eficacia y credibilidad del supervisor”.
Y porque si la liquidación bancaria “permanece sobre todo en manos de las autoridades nacionales, estas carecerán del incentivo necesario para minimizar el conjunto de costes de aquella si su coste fiscal está ya parcialmente mutualizado”. Así lo argumenta un notable informe técnico al Parlamento Europeo, “Banking Union: the single resolution mechanism,” (PE 492.473, marzo 2013).

Seguimos andando sin caminar, haciendo estelas en el mar, anclados a la misma baldosa... volvemos al estilo dance de Michael Jackson. Parecer no es ser, pero queda chulo ante el personal agarrarse los.. y cuidado con los de negro acabarán tumbados por la cruda realidad, por ser sólo eso: realidad..

Tuesday 9 July 2013

Llegará el Comandante y mandará parar


Cambiar el sistema

Ignacio Ramonet
País:  Unión Europea 
Tema:  Crisis económica, Euro
Los eurófilos más extasiados lo machacan sin cesar: si no dispusiéramos del euro, dicen, las consecuencias de la crisis serían peores para muchos países europeos. Divinizan un euro “fuerte y protector”. Es su doctrina y la defienden fanáticamente. Pero lo cierto es que tendrían que explicarles a los griegos (y a los irlandeses, a los portugueses, a los españoles, a los italianos y a tantos otros ciudadanos europeos vapuleados por los planes de ajuste) qué entienden por “consecuencias peores”... De hecho, estas consecuencias son ya tan insoportables socialmente que, en varios países de la eurozona, está subiendo, y no sin argumentos, una radical hostilidad hacia la moneda única y hacia la propia Unión Europea (UE). 

No les falta razón a estos indignados. Porque el euro, moneda de 17 países y de sus 350 millones de habitantes, es una herramienta con un objetivo: la consolidación de los dogmas neoliberales (1) en los que se fundamenta la UE. Estos dogmas, que el Pacto de Estabilidad (1997) ratifica y que el Banco Central Europeo (BCE) sanciona, son esencialmente tres: 
estabilidad de los precios,
equilibrio presupuestario y 
estímulo de la competencia
Ninguna preocupación social, ningún propósito de reducir el paro, ninguna voluntad de garantizar el crecimiento, y obviamente ningún empeño en defender el Estado de bienestar. 

Con la vorágine actual, los ciudadanos van entendiendo que tanto el corsé de la Unión Europea, como el propio euro, han sido dos añagazas para hacerles entrar en una trampa neoliberal de la que no hay fácil salida. Se hallan ahora en manos de los mercados porque así lo han querido explícitamente los dirigentes políticos (de izquierda y derecha) que, desde hace tres decenios, edifican la Unión Europea. Ellos han organizado sistemáticamente la impotencia de los Estados con el fin de conceder cada vez más espacio y mayor margen de maniobra a mercados y especuladores.

Por eso se decidió (a insistencia de Alemania) que el BCE fuese “totalmente independiente” de los Gobiernos (2). Lo cual concretamente significa que queda fuera del perímetro de la democracia. De ese modo, ni los ciudadanos ni los Gobiernos elegidos por éstos pueden entorpecer sus opciones liberales.  

Hoy, esas características (impotencia de los políticos, independencia del BCE) son en parte responsables de la incapacidad europea para resolver el drama de la deuda griega. La otra causa es que, bajo su aparente unidad, la UE (en este caso particular la eurozona) está profundamente dividida en dos bandos casi irreconciliables: por una parte, Alemania y su área de influencia (Benelux, Austria y Finlandia); por la otra: Francia, Italia, España, Irlanda, Portugal y Grecia.

El origen de la deuda griega (como el de la de los demás países periféricos afectados por la crisis de la deuda soberana, incluida España) es conocido. Cuando Grecia fue admitida en la zona euro (3), las instituciones financieras consideraron inmediatamente que este pequeño Estado presentaba, a pesar de su evidente fragilidad y de sus escasos recursos, todas las garantías necesarias para recibir créditos masivos y baratos. Llovieron sobre Atenas ofertas de financiación a tipos de interés de ganga, en particular por parte de bancos alemanes y franceses que incitaron a los gobernantes helenos a endeudarse a bajo coste y a largo plazo para adquirir principalmente material militar (4) alemán y francés...

Cuando estalla la crisis financiera de 2008 (llamada “de las subprimes”), ésta se extiende rápidamente al sector bancario europeo. Los establecimientos financieros carecen pronto de liquidez y restringen drásticamente el crédito. Lo que amenaza con asfixiar el conjunto de la economía. Para evitarlo, los Estados ayudan masivamente a la banca. Y la salvan. Para ello, se endeudan aún más comprando dinero en el mercado internacional (ya que el BCE se niega a ayudarlos). Ahí, de repente, intervienen las agencias de calificación que sancionan el excesivo endeudamiento de los Estados (¡realizado para salvar a los bancos!)... Inmediatamente los tipos de interés de los préstamos a los Estados más endeudados se disparan... Y se produce la crisis de la deuda soberana.   

En sí misma, la deuda griega es insignificante si se tiene en cuenta que el PIB de Grecia representa menos del 3% del PIB de la eurozona. El problema, técnicamente, podía haberse resuelto hace ya más de un año sin gran dificultad. Pero el gobierno conservador alemán, que enfrentaba entonces unas complicadas elecciones locales (finalmente perdidas), estimó que no sería moralmente justo que los griegos, acusados de “corrupción” y de “laxismo”, saliesen tan rápidamente del mal paso. Había que castigarlos para que no cundiese “el mal ejemplo”. 

Una ayuda demasiado rápida a Atenas, declaró Angela Merkel, “tiene el efecto negativo de que otros países en dificultades podrían dejar de hacer esfuerzos”(5). Por eso, con el apoyo de sus aliados, Berlín empezó a poner pegas de todo tipo. Dejando pasar los meses.

Plazo que los mercados, excitados por el desacuerdo político europeo, aprovecharon para cebarse en Grecia. Todo se complicó entonces. Finalmente, Alemania acabó por aceptar un (incompleto) plan de ayuda con una condición: que participase en él el Fondo Monetario Internacional (FMI). ¿Por qué? Por dos razones. Primero porque se estimaba que las instituciones europeas carecían de un verdugo lo suficientemente severo para escarmentar a los griegos. Segundo, porque la especialidad del FMI, desde hace cuarenta años, consiste en exigir siempre esfuerzos antisociales a los países endeudados. Sus recetas (aplicadas con saña en América Latina durante los años 1970 y 1980) son siempre las mismas: alza de las tasas al consumo, recortes brutales de los presupuestos públicos, estricto control de los salarios, privatizaciones masivas...(6).    

El Gobierno de Papandreu tuvo que resignarse a adoptar un salvaje plan de austeridad. Pero el mal estaba hecho. El ritmo de la política europea es lento y largo, cuando el de los mercados es inmediato. Los especuladores entendieron que la Unión Europea era un gigante sin cerebro político, y el euro una “moneda fuerte” con estructura débil (no hay ejemplo en la historia, de una moneda que no esté encuadrada por una autoridad política). Atacaron a Irlanda, pasó lo mismo y volvieron a ganar. Atacaron a Portugal e ídem. Atacaron a España y a Italia, y los Gobiernos de estos países se apresuraron a autoimponerse las impopulares recetas del FMI. 

Por toda Europa se extiende ahora la “doctrina de la austeridad expansiva”, que sus propagandistas presentan como un elixir económico universal cuando en realidad está causando un estrepitoso daño social. Peor aún, esas políticas de recortes agravan la crisis, asfixian a las empresas de todo tamaño al encarecer su financiación, y entierran la perspectiva de una pronta recuperación económica. Empujan a los Estados hacia la espiral de la autodestrucción, sus ingresos se reducen, el crecimiento no arranca, el paro aumenta, las (impresentables) agencias de calificación rebajan su nota de confianza, los intereses de la deuda soberana aumentan, la situación general empeora y los países vuelven a solicitar ayuda (7). Tanto Grecia, como Irlanda y Portugal –los tres únicos Estados “ayudados” hasta ahora por la Unión Europea (mediante el Fondo Europeo de Estabilización) y el FMI– han sidos precipitados, por los que Paul Krugman llama los “fanáticos del dolor”(8), a ese fatal tobogán.

Y el “Pacto del euro”, establecido en marzo pasado, tampoco resuelve nada. En realidad es una vuelta de tuerca suplementaria a la austeridad, un acuerdo “de competitividad” que prevé más recortes del gasto público, más medidas de disciplina fiscal, y penaliza principalmente –de nuevo– a los asalariados. Con amenazas de sanciones a los Estados que no cumplan el Pacto de Estabilidad(9). Propone la tutela de la deuda pública y un ritmo fijo de reducción, o sea: una limitación de la soberanía. “Los países europeos deben ser menos libres de emitir deuda”, afirma, por ejemplo, Lorenzo Bini Smaghi, miembro del directorio del BCE. Algunos eurócratas van más lejos, proponen que se le retire a un gobierno que no haya respetado el Pacto de Estabilidad, la responsabilidad de dirigir sus propias finanzas públicas...

Todo esto es absurdo y nefando. El resultado es una sociedad europea empobrecida en beneficio de la banca, de las grandes empresas y de la especulación internacional. Por ahora la legítima protesta de los ciudadanos se focaliza contra sus propios gobernantes, complacientes marionetas de los mercados. ¿Qué pasará cuando se decidan a concentrar su ira contra el verdadero responsable, o sea el sistema, es decir: la Unión Europea?


(1) Definidos en los Tratados de Maastricht (1993), de Amsterdam (1999),  de Niza (2003) y de Lisboa (2009).

(2) Entre otras limitaciones, el BCE no puede prestar dinero a los Estados, sólo a la banca privada.
(3) Merced a un balance de su situación económica falseado y maquillado por el anterior gobierno conservador con la ayuda del banco estadounidense Goldman Sachs.
(4) Grecia es el principal importador de material militar de la Unión Europea, y el Estado que consagra a su defensa (por razones de rivalidad con Turquía) el mayor porcentage de su PIB.
(5) El País, Madrid, 18 de julio de 2011.
(6) Léase Philippe Askenazy, “L’austérité imposée à la Grèce, de Charybde en Scylla”, Le Monde, París, 19 de juliode 2011.
(7) Aunque ha sido recibido con alivio por la prensa neoliberal, el nuevo plan de rescate a Grecia, anunciado el pasado 21 de julio, de poco servirá. Los mercados y los fondos buitres han olido la sangre y no detendrán sus ataques mientras no se les frene con auténticos cambios estructurales.
(8) Paul Krugman, “Cuando la austeridad falla”, El País, Madrid, 24 de mayo de 2011.
(9) Que fija el límite para el déficit presupuestario en un 3% del PIB, y el de la deuda soberana en un 60% del PIB.