La responsabilidad de los poderosos,
Gabriel Tortella,
El País
LA CUARTA PÁGINA
Alemania está dando muestras hoy de una miopía económica y financiera sólo comparable con la de Estados Unidos hace noventa años, cuando sus errores contribuyeron decisivamente a la Gran Depresión
Se ha comparado con frecuencia la presente e interminable crisis con
la Gran Depresión del pasado siglo. El contraste, al arrojar luz la
experiencia del pasado sobre el presente, nos puede ayudar a encontrar
modos de salir de la crisis o, por lo menos, de acortarla.
Uno de los aspectos que quizá no se ha recalcado lo bastante es la
enorme responsabilidad que recayó en los Estados Unidos de América por
la Gran Depresión. No es solo que el derrumbe de la Bolsa de Nueva York
fuera el detonante de la depresión, ni que, como tanto se dijo entonces,
“cuando Estados Unidos se resfría, el mundo entero contrae una
pulmonía”, ni que el reflejo proteccionista del Arancel Hawley-Smoot de
1929 contribuyera al desplome del comercio mundial y a la subsiguiente
guerra de tarifas. Es que el aislacionismo norteamericano tras la I
Guerra Mundial fue tan intenso e irresponsable que contribuyó
poderosamente a entorpecer la recuperación posbélica y a exacerbar las
tensiones económicas y políticas en Europa. Por ello, el hundimiento de
Wall Street fue seguido por una serie de derrumbes económicos y
explosiones políticas que, como una traca infernal, provocaron el
estallido de la II Guerra Mundial.
Al concluir la anterior Guerra Mundial Estados Unidos emergió como la
gran potencia hegemónica, por haber quedado dañadas y empobrecidas
Inglaterra, Alemania y Francia. Los grandes países europeos, además de
destrozados por la guerra, quedaron endeudados con Estados Unidos, y
Alemania en especial, por la exigencia que el tratado de paz de
Versalles le impuso de pagar cuantiosas reparaciones, de carácter más
punitivo que equitativo. Inglaterra y Francia se habían endeudado con
América para hacer frente a sus gastos bélicos. Se creó así una maraña
de deudas por la cual, a fin de cuentas, todos debían enormes cantidades
a Estados Unidos, que además era el país que acumulaba, con gran
diferencia, las mayores reservas de oro. Estaba así en las manos de
Estados Unidos contribuir a equilibrar la situación internacional
ayudando a una empobrecida Europa a salir del agujero en que la guerra
la había sumido. Sin embargo, Estados Unidos hizo una política miope,
sin asumir las responsabilidades que por su enorme poder le incumbían.
Ya fue un mal presagio cuando el Senado norteamericano se negó a
adherirse a la Sociedad de Naciones que su propio presidente, Woodrow
Wilson, había patrocinado. Peor fue cuando otro presidente
estadounidense, Calvin Coolidge, se negó a rebajar deudas diciendo:
“Ellos se endeudaron ¿no?”. Pero quizá lo más grave fue que, con
verdadera avaricia, la Reserva Federal “esterilizó” su oro, es decir, se
negó a practicar la política expansiva que hubiera correspondido a un
país con sus enormes reservas áureas. Ello hubiera aumentado las
importaciones, con lo que hubiera dado un respiro a los países europeos,
sumidos en el marasmo por tratar de mantener la disciplina del patrón
oro, reconstruir sus economías, y pagar las deudas a Estados Unidos sin
apenas poder exportar a este país. Todo esto contribuyó a difundir y
agravar la Gran Depresión.
La situación de la Europa de hoy tiene interesantes paralelos con la
del mundo occidental de entonces. Hoy es Alemania el país hegemónico,
cuando entonces era el PIG por excelencia: perdedor, deudor, y culpable
de haber iniciado la guerra. Hoy los PIG somos los países del sur de
Europa por haber gastado lo que no teníamos y habernos endeudado con
Alemania. Entonces el sistema monetario estaba sometido a las rígidas
reglas del patrón oro: en la Europa del hoy estamos sujetos a las reglas
aún más rígidas del euro. Las reglas del patrón oro impedían a los
países europeos poner en práctica una política expansiva porque sus
reservas eran muy escasas: a pesar de todo, casi todos tuvieron déficits
presupuestarios, aunque sus cuantías eran de risa comparadas con los
déficits de hoy. El único país que hubiera podido practicar una política
expansiva era Estados Unidos, como hemos visto, pero su mezquindad se
lo impidió. No olvidemos que Franklin Roosevelt, el héroe del NewDeal, acusó
a su contrincante Herbert Hoover en la campaña electoral de 1932 de
haber tenido déficit presupuestario. Además de mezquino, Estados Unidos
pecaba de arrogante, impartiendo lecciones de austeridad y moralidad a
los desvalidos europeos. ¿Les recuerda esta actitud la de algún país en
la Europa de hoy? A mí también. Pero es cierto que América aprendió la
lección y, tras la II Guerra Mundial, se rehabilitó gracias al Plan
Marshall; y es el ejemplo del secretario de Estado George Marshall y del
presidente Harry Truman el que habría que tomar hoy por guía, no el de
Calvin Coolidge.
Hoy son las reglas monetarias de Eurolandia las que impiden a
los países del sur practicar una política expansiva. En mi opinión,
esto es correcto si queremos permanecer en el euro y que Este perviva.
Sin embargo, los países del norte, y en especial Alemania, sí tienen
margen de maniobra para practicar una política expansiva que estimularía
a los del sur: la cotización del euro está muy por encima de su paridad
teórica, Alemania tiene una posición financiera saneada, y su
crecimiento, en cambio, es raquítico. Sin embargo, el país teutón está
dando muestras de una miopía político-económica solo comparable con la
de Estados Unidos hace 90 años. Su conducta ante la crisis griega,
pensando más en los bancos alemanes que en los intereses de la eurozona;
su reciente comportamiento ante la crisis chipriota, patrocinando una
cicatería ridícula dadas las modestas dimensiones de la economía
chipriota, lo que abocó al Gobierno de la isla a tomar decisiones
desesperadas y disparatadas, como intentar penalizar a los depositantes
modestos a pesar de estar legalmente protegidos; todos estos son
ejemplos de estrechez y miopía que ponen en peligro el euro.
Dicen que Angela Merkel, en sus años de estudiante, tardaba
eternidades en decidirse a saltar del trampolín a la piscina. Si esto es
cierto (y se non è vero è ben trovato), ahora
comprendo lo que ocurre con la unión fiscal y la unión bancaria
europeas, dos medidas indispensables para la consolidación del euro, de
las que se habla hace ya años, pero cuya puesta en práctica se eterniza.
La unión bancaria aglutinaría los sistemas bancarios de los miembros de
la Unión en un sistema bancario europeo, con una única supervisión, y
con un único Fondo de Garantía. Esto parece indispensable existiendo una
moneda única y un Banco Central Europeo. Pues bien, el proyecto está
empantanado, especialmente por las dudas de los alemanes, que a lo mejor
temen que se contaminen sus bancos si se rozan demasiado con los
meridionales.
Algo parecido, aunque peor, ocurre con la unión fiscal, es decir, la
creación de una especie de super-Ministerio de Hacienda europeo que
supervisara las políticas presupuestarias de los Estados miembros con
mayor rigor y regularidad que hasta ahora hace la Comisión. Un organismo
así hubiera impedido derroches y déficits como los que practicaron los
países del sur durante la burbuja de principios de siglo. Pero falta
decisión para presionar a los Estados a delegar su soberanía fiscal.
Ambas uniones, la bancaria y la fiscal, reforzarían tremendamente la
economía de la Unión y fortalecerían el euro de tal modo que dejarían un
gran espacio para políticas más expansivas que, entre otras cosas,
permitieran combatir eficazmente la lacra del paro.
¡Ánimo, señora Merkel! No sigamos cayendo en los errores de Estados
Unidos hace 90 años, que tanto daño hicieron a Europa y, sobre todo, a
Alemania. Los poderosos tienen mayores responsabilidades que los
humildes, y estas recaen hoy sobre Alemania. No espere a las elecciones.
Hay que mojarse, señora Merkel; la piscina está esperando.
Gabriel Tortella es profesor emérito de Historia Económica en la Universidad de Alcalá.
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