¿Quién paga los errores de la ‘troika’?,
Agustín del Valle y Robert Tornabell.
Expansión
OPINIÓN: AHORA MISMO
Si no fuera por las tragedias del pueblo griego y de los países del sur de Europa, se diría que asistimos a una película de Billy Wilder. Un informe del FMI reconoce errores en la gestión de la crisis de la deuda griega llevada a cabo por la troika (FMI, Comisión Europea y BCE), sobre todo en tres aspectos: la excesiva austeridad impuesta que elevó la recesión y el paro en Grecia al triple de lo previsto, el retraso en la quita de la deuda que perjudicó al país heleno y la no identificación por parte de la Comisión de reformas estructurales que reactivaran el crecimiento. En su réplica, el portavoz de la Comisión considera adecuado el retraso de la quita, rechaza la objeción a las reformas estructurales y calla respecto a la austeridad. Sólo el Comisario Almunia admite posibles errores: “No se puede estar muy satisfecho” con el rescate de Grecia, afirma, y apostilla: “Nadie es perfecto”, como en el final del film de Wilder.
La autocrítica del FMI no es una trifulca más con la Comisión sino que apunta, en el fondo, a una serie de reproches que suelen hacerse a los políticos de Bruselas: haber aplicado duras e ineficaces políticas de austeridad, no haber sabido gestionar la crisis de deuda, ser despiadados con países como Grecia o Portugal sacrificando a jubilados, funcionarios o asalariados y primar en los rescates el interés de los rescatadores. Recordemos la historia, separando la política fiscal aplicada y la gestión de la crisis de deuda.
Desde 2010, EEUU impulsó el crecimiento; Europa se limitó a la consolidación fiscal. Los americanos crecieron y redujeron su desempleo, aunque apenas disminuyeron el déficit. En la zona euro estamos en la segunda recesión y aumentando el desempleo, pero hemos bajado el déficit. Nuestra mala situación no es fruto de la consolidación en sí sino de la forma de aplicarla: la intensidad de la senda de reducción del déficit, la ausencia de estímulos al crecimiento compatibles y la universalización de la contracción a todos los países, sin exigir políticas expansivas a Alemania como pidió el FMI. Esta política, con unos multiplicadores fiscales tres veces superiores a los previstos, profundizó la recesión e impidió a muchos países lograr los objetivos de déficit.
La gestión de la crisis de deuda ha sido deplorable y no sólo en el caso griego. Tras un euro mal diseñado por no ser Europa una zona monetaria óptima y no disponer de una política fiscal común, las autoridades de Bruselas, con la presión alemana detrás, no instrumentaron los mecanismos para atajar el contagio de la crisis griega: no crearon los Fondos suficientes para apoyar a los países en dificultades, no permitieron al BCE intervenir en los mercados para moderar las primas de riesgo, no aceleraron la integración fiscal que permitiera mutualizar la deuda ni impulsaron con eficacia la unión bancaria. Además, la fórmula de los rescates, como en el caso griego, fue desafortunada: al tiempo que se otorgaba un préstamo, se imponían duros ajustes que intensificaban la recesión e impedían la propia devolución del préstamo, originando un círculo vicioso de exigencia de nuevos préstamos y aumentos indefinidos de deuda. Por otro lado, se retrasó indebidamente la quita de la deuda griega para no perjudicar a sus principales tenedores, Alemania y Francia.
Bruselas acaba de enterarse, parece, de lo perniciosa que ha sido su contracción fiscal. ¿Su respuesta?: una suavización de la senda de reducción del déficit –que, aún así, sigue siendo contractiva– y un tímido plan de empleo juvenil. Pero nada de lo importante: estimular al crecimiento, flexibilizar la actuación del BCE o facilitar los flujos de crédito. Sigue imponiéndose la Europa Alemana: una Alemania, obsesionada con una inflación inexistente, obstinada en la austeridad, radicalmente opuesta a expandir su economía y contraria a una auténtica unión bancaria que pueda destapar los problemas de su banca pública, algunos de los Landesbanken que gestionan la liquidez de las Cajas, por sí solas solventes y eficaces.
¿EN MANOS DE QUIÉN ESTAMOS?
¿En manos de quién está la Unión Europea: de incompetentes y defensores de sus propios intereses? ¿A quién hay que pedir responsabilidades sobre los errores cometidos? ¿Y en el caso español?: desde mayo de 2010 y especialmente en el último año y medio, nuestros políticos, rendidos a las exigencias de Bruselas, aplicaron durísimas e indiscriminadas restricciones al gasto, no incentivaron el crecimiento, hicieron reformas laborales que amplifican el paro y financieras insuficientes e inciertas. Sin duda nadie es perfecto, pero los errores y los intereses de los burócratas, los políticos y los poderosos los estamos pagando todos, especialmente los más desprotegidos.
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